Quiñones, el hijo de los dragones


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En tiempos muy lejanos, en el Reino de los Milanos, reinaba la reina Rosa, una reina muy hermosa a la que apodaban La Generosa.  
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Como su esposo, el rey Fructuoso, en una contienda había fallecido. Fuerzas malignas, lideradas por el conde de Salvatierra, el cobarde más grande sobre la tierra y por el hechicero Baldomero, un personaje oscuro y fiero. Dieron un golpe malvado y cuando la reina habían eliminado decidieron deshacerse de su heredero, el príncipe Rainiero, mas como ninguno de los dos las manos se quería manchar, decidieron que unos soldados al dragón Salomón y  sus hermanos, Germán, Juan, León y Sansón se lo dieran para merendar, lo que no sabían era que los dragones eran vegetarianos, y cuando vieron que al niño se lo ofrecían para jalar, el dragón Juan a los sodados acabaría por chamuscar.
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Pasaron los años y el niño se hizo mayor. Los campesinos lo llamaban Quiñones, el hijo de dragones.

El el castillo, el conde de Salvatierra, se había casado con una joven muy bella y muy amiga de la guerra. Era hija del hechicero Baldomero. Esta joven, eternamente bella, se llamaba Estrella y tenía una hija de suma beldad que se llamaba Caridad.
Un día, Caridad, arriesgándose a que le hicieran las cosquillas, salió del castillo a hurtadillas. 

Estaba practicando el tiro con arco cuando se encontró con Quiñones, el hijo de los dragones, que queriendo ser atento, le dijo, muy contento:

-¡Qué bien luce en vos esa lana! ¿Cómo os llamáis, bella aldeana?
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-No es lana, es seda, y no soy una aldeana. Seré soberana de todos el día de mañana.
-No creo que nadie os pida en matrimonio. Con el carácter que tenéis se lo pedirían antes al demonio.
-¡¿Quién os pensáis que sois, majadero? A lo mejor os creéis príncipe y no valdríais ni para escudero.
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-Soy Quiñones, el hijo de los cuatro dragones. 
-Y lo decís con pomposidad, pues yo soy Caridad I, y soy de este reino la princesa heredera.

Aún no acabara Caridad de alardear cuando vio al dragón Simón llegar, y luego lo oyó hablar.

-Nuestro hijo es el heredero. Él es el príncipe Rainiero, el que tu padre y el hechicero Baldomero, nos trajeron para merendar. Ellos hicieron desaparecer a su madre y pronto las van a pagar. 
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Caridad estaba asustada y al miso tiempo anonada al oír hablar a aquel dragón con su tremendo vozarrón, pero sacando fuerzas de su flaqueza le dijo con dureza:

-¡Si venís a mi castillo me encontraréis armada! Estoy para la guerra preparada, y si guerra queréis, guerra tendréis.
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Cuando el rey, que era el conde de Salvatierra, el cobarde más grande la tierra, su esposa y el hechicero Baldomero, se enteraron de que iba la cosa, cogieron todas las riqueza que pudieron y pusieron pies en polvorosa. Caridad se quedo para defender lo que creía que le correspondía y sabía que su ejército no le fallaría.
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Una tarde llegó  el príncipe Rainiero montado sobre el dragón Juan, escoltado por los otros dragones, y con los campesinos, campesinos que lucharon como leones y vencieron a los soldados por la princesa liderados.

Después de rendirse, Caridad, supo que lo que 
le contara el dragón era verdad.

Días más tarde, una mañana, paseando por una pradera, le preguntó con humildad, Caridad, al dragón Sansón.

-¿Qué va a ser de mí? ¿Me podré ir algún día de aquí?

Le respondió el dragón Sansón:


-Está escrito el el firmamento que seréis reina, y no  estoy contando un cuento.
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Caridad sería la reina de Rainiero, a la que quiso como a nadie, pues fue su último y su amor primero.

Y hasta aquí hemos llegado porque este cuento se ha acabado.

                                      Fin
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